Porque sí, suelen perseguirme esos recuerdos que vienen de noche por los que me muerdo los labios y me doy la vuelta como intentando darles la espalda. Y me bato entre el remordimiento de todo aquello que hoy cambiaría gustosa. De hecho a veces me he sorprendido a mí misma "planteándome un final alternativo" que lo haga todo peor, que suavice el recuerdo, como algún paliativo de que las cosas salieron ligeramente mejor...
Lo bueno es que esos recuerdos casi siempre se van una vez que me he dormido, y ahí me encierro en un mundo no menos horrible (¿puede haber algo más terrible que mis sueños?), pero se borra todo lo que vino a perseguirme antes.
Y claro que venís a mí, y todos esos recuerdos abominables de mi mala intención, de mi venganza y de mi rencor. Recuerdo cómo te torturé a propósito, cómo en aquel horrible momento mi meta máxima era hacerte sufrir tanto como me había hecho sufrir a mí, o más.
Recuerdo la frialdad, tanto cuando era parte del equivalente al "guión mental" como cuando... no, la verdad que todavía no le encuentro razón.
Recuerdo, por otra parte, tu sentido de lo que era correcto y de procurar seguir ese camino aún con tus principios laxos. Y claro, me remito inmediatamente a mis constantes desviaciones, a saber lo correcto y convencerme por medio de alguna autozancadilla que era imposible seguirlo.
Recuerdo aquella semana en la que se conjugaron todos mis miedos, mis errores, mis casualidades trágicas que llevan a un fin nefasto, los hechos malinterpretados, y demás. Porque si me persigue todo aquello que hice, imaginá cuánto me persigue todo aquello que no te di, lo que dejé pasar, y que, claro, ahora es lo que más me mantiene despierta, y de éstos ni los sueños me rescatan.
"Tuvimos que pagar caro por ese momento". Sí, pero te lo digo de todo corazón, que para mí fue sagrado. Lo hilarante del asunto es que no importa que para mí fuera sagrado, porque de no haber sido por mí, prefectamente todos los anteriores también pudieron haberlo sido.
Sí, a veces me entra esa amargura de lo perdido, y no necesariamente de lo perdido desde estos meses, sino lo que perdí pudiendo tenerlo. Todas esas veces que dije que no... Las veces que no te di la mano, y que todavía no sé bien por qué... El haberte hecho resignarte a que así era yo...
¡Haber tenido que resignarte! ¡Conmigo! Dios santo, ¿qué hice?
...Por aquella única noche que casi por casualidad tuvimos, que la pasamos casi lloviendo en el zacate, en una pelea tan fácil de evitar. Y después me acompañaste todo el camino para que no estuviera sola. ¿Ves a lo que me refiero? A veces me da miedo pensar que en tu lugar tal vez te hubiera dejado solo...
...Por las veces que no te puse de primero ante todos los demás que poco a poco me han probado que jamás me debieron haber siquiera importado...
...Por la paciencia franciscana que sé que jamás podría tener y que yo nunca necesité...
...Por todas las veces que tuve que pedir perdón, porque estoy segura de que no merecías ninguna de las acciones...
Y escribo esto porque necesito sacarlo de mí, porque de verdad me corroe saberlo y dejarlo ahí a que se fermente. Lo escribo, aunque es un dolor casi físico el que siento al hacerlo, porque sea como sea es más fácil sangrar en letras.
Y lo publico. Lo publico porque, ya sea con vos o con quien sea, no quiero que se repita, y quiero que esté en las manos de cualquier persona blandir este dolor que siento ahora mismo contra mí, con tal de que no tropiece con la misma piedra dos veces.
¿Sabés? Te pediría perdón, pero sé que lo he hecho miles de veces, y el pedir perdón siempre me ha dejado ese mal sabor de que no cambia nada; nada arregla. Me parece que la única forma válida de pedir perdón es el cambio.
Me encantaría pedirte ese perdón en persona...
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