Es sólo un sueño


¿Cómo van a decirme que lo soñé? Yo lo vi todo.

Sé que estuve ahí, que vi el camino bordeado de unas flores blancas. La calle era de lastre muy claro. Podían ser las tres de la tarde, pero todo se veía como en las tardes de diciembre, y el sol iba bajando pero no dejaba de alumbrar. A ambos lados había cercas vivas de árboles con hojas rojas que transparentaban conforme el carro pasaba al lado y el sol las iluminaba. Todo era llano a los dos lados, y eran potreros interminables con dientes de león que salían volando de vez en cuando. Yo acercaba la cara a la ventana abierta y poco a poco me iba despeinando con el viento. Había un olor a hierba dulcete, como cuando acaban de cortarla. Cerré los ojos.

De pronto ya no vi el sol, y era que habíamos entrado a un tramo que estaba rodeado de árboles espesísimos, con todas las hojas de un verde oscuro que no dejaba pasar ni un rayo. Las ramas se cerraban sobre la calle, y sólo se veía entre sombras. Comenzó a hacer frío. Llovía. Cerré la ventana y me sentí de verdad incómoda, preocupada, como a la expectativa de algo horrible.

Cruzamos varios puentes. La lluvia era cada vez más fuerte. Los ríos se veían cargados de agua e iban más y más rápido. Arrastraban troncos, hojas, y así mismo iban deshojando todas las ramas sumergidas. Bajo cada puente que pasábamos había un río todavía más caudaloso y más oscuro.

No paraba de llover, y las gotas comenzaban a sonar fuerte contra al suelo y contra el parabrisas. Casi no se veía. Teníamos que llegar a algún lugar. No sé adónde. No creo que alguno sí supiera, pero nos estábamos atrasando, y llegar ahí era vital. Vital.

Llegamos al final del camino. Era una especie de dique. Al frente: nada. A la derecha: Una catarata. A la izquierda: Un lago enorme por el que se asomaban ramas de árboles muertos, y que sólo lo cruzaba un puente curvo que se perdía detrás de otros árboles.

Aunque la perspectiva no era exactamente hermosa, era la única opción. El puente era de hamaca, y por la lluvia el nivel del agua aumentaba constantemente. Mientras el carro pasaba, se iba tambaleando sobre el agua y se le hundían las orillas. Un alambre se reventó. Y otro. Definitivamente no podíamos seguir. Teníamos que seguir a pie.

Estaba oscureciendo. Caminamos sobre el puente enorme y el agua comenzó a meterse por las suelas, a llegar a los tobillos, y no paraba de llover. El agua era negra, y tenía toda la apariencia de ser uno de esos lagos artificiales bajo los que todavía en algún lugar está el pueblo hundido. Pánico. Es el mismo sentimiento de los barcos encallados. Las ramas que salían del agua ya estaban gastadas y llenas de algas y musgo. Eran casi de piedra, el esqueleto de lo que sí tuvo vida. Ya el puente no se veía. Caminábamos y en cualquier momento podía faltar una tabla que nos terminara haciendo un árbol más.

Todo estaba cubierto. Me volví con la esperanza de volver a mi camino de lastre de alguna manera, pero ya no había nada que no fuera agua. La única opción era adelante. (¿y adónde estaba adelante?)

Recuerdo que el agua siguió subiendo, y que mientras seguía recordé a Arenal y Tronadora, los dos pueblos hundidos. Las ventanas, las casas, los techos, los muertos que siguen ahí en el cementerio hundido. Las flores, los árboles, la orden de desalojo. Irse y saber que no hay regreso. Que ya no existe. Que sólo hay adelante y que detrás no hay más que agua.

No recuerdo más. Dicen que desperté.

Yo sé que han pasado años desde eso, pero no pudo ser nada más un sueño. Si fuera un sueño, ¿seguiría persiguiéndome todavía hoy?

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