Shakespearita

Podré haber tenido 6 años cuando tuve mi primera revelación de escritora. Mi primer poema, innominado, trataba sobre la necesidad del hombre de poseer cuanto le rodea, no estando conforme con percibir.

Como sea, el mentado poema hacía gala de rima consonante que llamaré “A” para los versos impares y “B” para los versos pares. La rima se mantenía perfecta a lo largo de todo el poema, lo cual tenía mucho sentido, ya que estaba compuesta pura y netamente de infinitivos, y tal vez haya olvidado mencionar que, para efectos de rima en mi poema, A=B. Q.E.D.

No contenta con mi primera creación literaria, decidí pulir mis claras virtudes para convertirme en mujer de letras. Una vez que había comprendido los errores cometidos en mi primera obra, y habiendo llegado a la etapa en la que me parecían risibles (posiblemente alrededor de tercer grado), me di a la tarea de componer un poema en todas las de la ley, y esta vez le iba a poner un título.

Después de sentarme largos 20 minutos a escribirlo en un día de gripe, di con la que sabía que iba a ser la pieza maestra de mi obra poética. Se llamaba “Fête des insectes”, o “Fiesta de Insectos”, para el vulgo. La obra maestrísima trataba el tema de la sociedad que reprime al individuo, su individualidad, su derecho al “yo” mediante una estructura esclavizadora de la cual le es prácticamente imposible escapar, ya que las posibles fugas de dicho sistema casi siempre son reprendidas por el destino al que tampoco le agrada el pensamiento individual y cuestionador. Y expresaba esta brillante idea con una dulce y atrayente metáfora del mundo animal, con una de las especies más organizadas. En resumen, el poema trataba de una hormiga que se escapaba a una fiesta, y en pleno jolgorio llega un sapo que se come a todos los bichitos y ella se salva por un pelo. (Aprendiendo, además, una valiosa lección impartida por la sociedad/universo que trabajan juntas para mantener el orden lógico de la naturaleza, ya que una hormiga individualista desbarataría al hormiguero y llevaría a la extinción y, en fin, podrán imaginarse todo lo que puedo sacar del poema de una hormiga.) Éste, como mencioné, fue la crème de la crème de mi haber poético, ya que esas dos magníficas piezas son casualmente las únicas que escribí bajo ese formato.

A pesas de mis claras habilidades, le dejé el oficio de la poesía a los menos aventajados para que no tuvieran que escribir a la sombra de mi avasalladora capacidad como segunda Midas de la poesía.

Decidí incursionar en otras ramas. Alrededor de mis 13 tiernos años, decidí que Carla tenía que escribir una novela. Comencé a escoger un tema que no fuera demasiado trillado, así que mi novela planteaba el tiempo del hombre como cíclico. No era, eso sí, un eterno retorno. Era más bien un ciclo donde, inconscientemente, los mismos crímenes eran cometidos por diferentes personas, y la historia de la humanidad seguía sin que nadie se percatara de que la historia se repetía hasta el infinito, o mejor dicho, que se repetiría hasta que se diera el suceso que haría de mi novela una adquisición necesaria para cualquiera que se llame a sí mismo amante de la buena literatura. Claro, topé con la cerca de que hasta el día de hoy no se me ha ocurrido un buen suceso para evitar que la historia del hombre se reproduzca y se repita hasta el infinito.

Muy poco después de haber comenzado (y abandonado) mi profesión de novelista, decidí incursionar –sin mucho éxito, he de admitirlo- en el dorado campo de la epístola. Mis cartas, profundo razonamiento de las dudas humanas, sumadas a una fuerte observación de mi entorno, llevadas a cabo con un cuestionable estilo, trataban con distintas palabras casi siempre el mismo tema. Sin saberlo yo, todas tendían a ser una gran caótica fiesta de hormigas.

Mis cartas, cada una un poco más “curiosa” que la anterior, podrían ser llamadas por mis biógrafos como mi etapa “abstracta”, conocida más familiarmente como la etapa de “Carla se enamoró y hasta ahí llegó.”

Afortunadamente, he llegado a la etapa en la que ya puedo mirar hacia atrás y reírme de mi cosecha literaria, de esas mazorcas peleches y despeinadas además de secas y sosas de mis escritos.

Fue después de mi etapa epistolar que prometí solemnemente colgar la pluma hasta que encontrara algo verdaderamente digno de ser escrito y a eso se sumara que tuviera las herramientas para escribirlo.

Pasaron muchos buenos y apacibles años en los que mis peligrosas cualidades de escribiente estuvieron durmiendo dos metros bajo tierra, hasta que un aciago mayo, llevada por las circunstancias, la tierra volvió a verse asolada por el látigo de mi gramática cuando, alrededor de las cuatro de la tarde, Carla Alvarado Chinchilla se convirtió en carlauxiliadora.blogspot.com.

Y colorín colorado, la azarosa historia de Carla como escribidora ha apenas comenzado.

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