Nunca se me queman los brownies. De hecho siempre me quedan rather yummy -a diferencia de mi desafortunado queque de zanahoria, diría Alvaro-. Sólo ayer, cuando era de vida o muerte que me quedaran increíbles, se carbonizaron en el horno. Traté de quitarles la parte quemada de arriba, que mataba amebas, pero no hubo manera. Tuve que hacer un nuevo pyrex, esta vez arreglando los errores de la vez pasada y asándolos en otro horno, y todo esto lo dice alguien que lo más que ha cocinado (salado) será un arroz en olla arrocera y un huevo.
Fue como la cereza en el pastel de la locura, que ya le comenté a varios toda la historia -histeria, mejor dicho- alrededor de los brownies y las colillas y las cajas y los ochenta papelitos de colores distintos entre sí y cada uno relacionado con lo que tiene escrito. Hoy vi las dos cajas, una a la par de la otra, y me asomé a ver los brownies y me sentí muy orgullosa y casi enamorada de mí misma.
Frcuentemente me gusta analizar las posibles razones por las que la gente hace las cosas, los motivos -nunca entiendo el móvil del crimen a menos que sea pasional-, las loqueras, y cuando me pongo a pensar mi móvil para este crimen, lo entiendo...
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