Últimamente he estado padeciendo de dificultad crónica para dormirme. Ya toda la casa se enteró de mis vueltas y me compraron un colchón nuevo. Vale aclarar que mi dificultad hasta el momento no se ha presentado en mi casa. En mi casa tengo mi súper colchón ortopédico con las cobijas increíbles, mi almohada fluffy, y en fin, todas las comodidades del mundo. Ya hoy veré si se manifiestan también en mi cuarto.
El punto es que fuera de mi casa dormía en un colchón que ya estaba perfectamente amoldado a mí, que era la delicia hecha noche... Sueños plácidos, en definitiva. PERO... Se llevaron mi colchón fuera de San José (la cucharachita mandinga lo gime y lo llora) y me dejaron uno delgadísimo por el que se pasaba toda la parte de abajo del catre (es un catre, soy de bajo mantenimiento). Mi cama de fakir. Imposible. Asumí que por eso todos mis problemas... Pero soy de bajo mantenimiento. Me acostumbré, y ya luego no era todo tan terrible.
Una mañana salieron temprano -nadie sabía adónde- y volvieron con un colchón el triple de grueso que la casi-estera en la que había estado durmiendo todos esos días. Oh maravilla... Todo el mundo fascinado... Pero era duro, muy duro... Dirán que me quejo por todo, pero el caso es que otra vez no podía dormir...
Elemental, mi querido Watson. Creo que ya en otra entrada comenté que soy sonámbula, y además de eso, tengo otras tantas rarezas de noche. No sólo hablo, no sólo camino... Dormir conmigo es toda una aventura, y bueno, como por detrás del colchón quedaba un espacio, lo que pasaba es que no podía tener paz porque toda la noche, cada vez que me movía, lo que hacía era estar pendiente de que mi almohada no se fuera por ese hueco. Locura total.
A veces pareciera que el univers conspira para que algo se dé... o no. Ayer corregí todos los problemas de mi colchón. Lo empujé hacia atrás, ya se va amoldando a mí, me puse mis medias favoritas, mis pijamas más calientitas, mis cobijas, todo perfecto. Listo. Oscuridad y a dormir... A la camita, a la camita...
Y comencé a oir algo en la ventana, como algo rasguñando. Tonto pensarlo en pleno San José, pero me sonaron a las uñas de una iguana. Era una iguana pequeña o un abejón del infierno. Siempre he sido una gallina, para qué negarlo. Abrí los ojos e inmediatamente paró. Cerré los ojos. Oí algo caer, y ahora lo oía en la alfombra. Sin moverme ni un pelo abrí los ojos. Y paró.
Ya no sabía qué era mejor, si dejar los ojos abiertos toda la noche para que no se moviera o intentar dormir, como hubiera hecho cualquier persona normal. La lógica pudo más. No era lógico que algún bichito mítico con capacidades extrasensoriales hubiera entrado a un cuarto en mitad de la noche. Cerré los ojos, y por Dios juro que lo oí correr, como patitas pequeñas, pero definitivamente no eran cuatro. Eran dos patas, en las que corría.
Me senté. Confieso que estaba un poco agitada. O era cierto o estaba loca, y ninguna opción era menos preocupante. Dejó de correr en ese momento, pero no había nada. Ya completamente paranoica, revisé el techo, las cortinas, el peinador, las puertas del clóset, la alfombra, el pasillo afuera... Nada, nada en ningún lado. Alabado sea: estoy loca.
Me acosté de cara a la pared, decidida a ignorarlo, existiera o no. Lo oí volver a correr, salir al mosaico del pasillo, y derrapar un poco cuando daba la vuelta. Cerré los ojos y no lo oí más. Diría que me dormí, pero no me consta. Nada más sé que, fuera lo que fuera que entró a la casa, no salió, y todos hoy desayunando nos contamos mil y una pesadillas.
Por si no fuera lo suficientemente loco, les dejo una pintura de Dalí, "Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar":
P.S: Le pondría a la entrada el tag de "Surrealismo" si fuera cualquier otro, y no Dalí, pero hagan como que se la hubiera puesto.
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