Nuit


La noche trae un sentimiento sumamante particular. Las cosas no son las mismas una vez que llega la noche. Por ser cuando se duerme, por lo onírico, por lo desconocido... Tantas razones para que sea un tiempo que, a pesar de ser "normal" tenga tanto fuera de lo común.

Mi casa de noche huele a limpio, a talco. A veces huele a incienso. Las noches antes de los días de fiesta huele a comida horneándose, a algún condimento dulce. A clavo de olor, o a canela.

Oír pasos de noche es algo bastante común, que suenen las puertas, ya sea porque alguien anda despierto o porque el viento las cierre prácticamente quebrándoles los vidrios. Las noches de mi casa casi nunca son frías. La casa entera pasa cerrada. Incluso la cortina del cuarto se tapa con una cortina pesada que si acaso deja pasar un rayo de sol por los costados.

De noche soy una sincera extranjera en mi jardín. Sé que hay una sola rata que lo cruza y come la comida de los pájaros. No sé quién se ha asustado más en las contadas veces en que nos hemos encontrado. Fuera de eso, no sé si en mi jardín hay flores nocturnas, nunca he sido demasiado noctámbula, aunque sea ocasionalmente sonámbula.

En mis noches nunca faltan grillos. A veces son apenas dos que se responden de lejos, o a veces parece que los hubiera mandado Carlos Salazar Herrera. Casi nunca los noto de verdad, a menos que estén adentro de la casa. Si no, para oírlos tengo que acercarme a los portones de la casa (ya con candado) y quedarme completamente callada, casi sin respirar para poder oír la cantidad de grillos que tengo de vecinos.

Penélope, mi araña patona, todas las noches teje en mi tina la misma tela que yo todas las mañanas destejo cuando me baño. Día a día, después del turno nocturno, la tengo que rescatar antes de abrir el tubo. Va y se esconde en la tela que le tengo permitida en una esquina y no vuelve a aparecer hasta tarde en la noche.

Tenemos un patio por donde sin falta entra la luz de la luna llena. Entra en tal ángulo que nada más se puede ver el rayo en el suelo pero no se puede ver la luna por la ventana, por la altura de la pared.

Y aunque la luz sea artificial, los focos de luz que sean, de noche tienen siempre su magia. Más de una vez he terminado casi loca de miedo y con la imaginación exacerbada cuando la luz entra a mi cuarto con las sombras de los vástagos moviéndose con el viento.

Más de una vez he intentado imaginarme qué se siente caminar por el cafetal de noche. Me he imaginado toda clase de fantasmas, animales, bichejos y demás engendros que deberían habitarlo. Siempre han tenido algún rasgo de felino.

Porque sí, la noche además siempre me ha traído una dosis de pánico. Cuando tenía que bajar las gradas a oscuras, pequeña... Llegar la perilla de la puerta pensando que una mano me iba a agarrar la muñeca y que me iba a dejar los dedos marcados en una quemadura horrible...

Luego fue cuando aprendí a querer la noche. Y si no a quererla, por lo menos a dejar de temerle. Con unas rondas de auto-terapia incluso superé que la oscuridad no me iba a matar por sí misma.

He tenido tiempo para pensar todo esto, para ojearlo en mi cabeza, para imaginar la fauna del jardín... Mientras estoy boquiabierta con la cabeza y las manos entre las verjas congeladas (mi jaula metafórica), oyendo cómo mi mundo se quiebra otra vez. Otra vez de noche... Por lo menos así el sonido lo aplacan los grillos.

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