Al pueblo se entra por una calle recta y larga. Desde que se toma esa ruta las casas son modestas, pero se van empobreciendo conforme se avanza. Cada casa es más humilde, más pobre, más abandonada que la anterior. Son las peores condiciones para un pueblo. Por eso se morían los españoles como moscas. Entrar a ese lugar era como entrar en el hocico caliente de un perro, siempre lleno del vaho que sube del esófago, un olor que quema y que se pega, que deja la piel húmeda. Los bichos revoletean en el aire caliente y se pegan en la cara, en los brazos, dejando piquetes rosados que sangran poco y que se van llenando de escozor conforme baja el sudor. Es que hasta los perros se veían tristes. Para mí fue una especie de Macondo húmedo. El centro está construido con casas humildes de madera, pequeñas. El parque es un rinconcito oscuro y muy húmedo debajo de unos árboles demasiado frondosos. En todas las bancas es de noche. Al zacate lo mató la humedad perpetua, y los adoquines de los senderos también se habían perdido debajo del sedimento de las inundaciones. Más cerca del río, las casas son de dos pisos, de madera también, y tienen detalles en las ventanas, en los aleros, en las puertas. Esas casas que vinieron con la United, y que, cuando se fue ésta, de las casas también fue el fantasma lo único que quedó. Por dentro son oscuras, y literalmente se caen a pedazos. Afuera, para sentarse, tienen sillas que han recogido de algún basurero, sillones hundidos. Por las puertas abiertas se ven las cortinas que dividen los cuartos, la foto de algún muerto –o de algún desconocido, da igual-. Casi ninguna casa está habitada en su totalidad. Muchas nada más tienen el primer piso habitado y el segundo destechado, o totalmente derrumbado sobre el primero. Otras están completamente deshabitadas y les salen hierbas entre tabla y tabla, y la madera está negra y carcomida. Hay otras que, extrañamente, tienen deshabitado el primer piso y por los escombros suben al segundo piso habitado. Por inusual que parezca, es lo único que les ha quedado por las inundaciones que se han llevado todo lo que esté más bajo de metro y medio. Es por eso que conforme se va avanzando el pueblo decae y decae. Una cuidad mal planeada que fue a colindar con un Nilo que los apuñaló por la espalda. No les trajo suelos fértiles o medios de comunicación, sino que se llevó unas cuantas casas, unas cuantas vacas, perros, personas. Y ya pocos tenían los medios para arreglar la casa, o cambiarla, o irse definitivamente. Por eso se fueron unos cuantos, alejándose lo más posible del agua, a casas pequeñas y mal construidas, en terrenos que probablemente nunca se vayan a inundar, y aún así algunas sobre pilotes. Lo más fantasmagórico del pueblo era que, a pesar del abandono, no fuera fantasma. Y existe. No es uno de mis sueños demasiado lúcidos, no es ninguno de esos sucesos que inventé y que tengo archivados como ciertos. Hirviendo, salí del hocico/pueblo, y ahora, con el calor que llega en Guanacaste después de la lluvia volví a recordar las ventanas tapiadas, los edificios ladeados y descascarados. Como tantas otras cosas, me resulta una de esas parodia-metáforas de barco hundido que no dejan de perseguirme.
Hasta los perros se ven tristes...
Publicadas por Carla a la/s 8:56 a. m. Etiquetas: Bitter, Pequeños Monstruitos
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