Estuve revolcando un rato todos los archivos viejos de mi computadora, y en el salón de la infamia, este archivo merecía un lugar de privilegio.
Esta es una redacción que tuve que escribir en noveno. Me dieron un dibujo insípido de un campesino con una pala en la mano, que veía un paisaje “típico” con una iglesia, unos pajaritos revoloteando, el mar al fondo, y unas nubes… y ahora sí, descríbalo.
Una redacción descriptiva. ¿Qué exactamente pretendían con una redacción descriptiva? Me encanta la ambigüedad de los profesores que se divierten viendo a los estudiantes parir los trabajos sin sentido que les ponen.
¿Y cuándo me quejo YO de una tarea de español? O sea, es imaginable lo tedioso del asuntito, del dibujito, de la profesora…
Me quedó. Me quedó en una redacción. Y sólo para el consuelo o el escarnio del público, ventilo mis desgracias literarias para que lo juzguen. Eso fue lo que pude sacar de un dibujito soso. Sosísismo. Parco. Estúpido. FEO.
Y me quedaron.
Helo aquí:
“Las nubes blancas enmarcaban la profundidad infinita del mar. El viento volaba entre las libres alas de las gaviotas. En la cara morena de un campesino brillaban gotas redondas de sudor, que rodaban dejando una visible estela de cansancio hasta llegar al cuello que palpitaba al compás del agitado corazón.
La brisa refrescaba todo aquel cuerpo, en el que la mano que reposaba sobre la pala reflejaba que el fin de la dura jornada había llegado. La camisa arrollada en los brazos, el cuello desarreglado, el pañuelo empapado, y el pulso acelerado.
Había terminado, y observaba ensimismado el producto de su labor. Los árboles ahora estaban libres del matapalo que exprimía lentamente sus ramas hasta dejarlas sin vida. El camino que se perdía en la lejanía ya no estaba lleno de la maleza que rasguñaba las rodillas de los caminantes. El jardín de la iglesia lucía perfecto sin las hojas secas que cubrían el rosal.
Todo se veía tan bello desde ahí arriba, que incluso sentía que había valido la pena la herida que ahora palpitaba en su otra mano. La miró un momento. Debía bajar pronto. El rojo de la sangre se hacía más profundo con el sol. Un hilillo rojo corría por su mano y goteaba entre sus dedos. Si le había inyectado veneno, le quedaba muy poco tiempo para bajar. La herida se veía tan pequeña, tan inofensiva... ¿Por eso el mareo? El paisaje claro y hermoso se eclipsaba por una sombra mucho mayor que cualquier nube. La sombra venía de él.
La herida se desvanecía, volviéndose otra de las manchas deformes que le nublaban los ojos. Creía sentir la herida ardiendo y la sangre todavía corriendo tibia. Intentó moverse pero las piernas no le respondían. No, ya tampoco sentía la herida. La pala, como en un sueño, se resbaló por su cuerpo hasta el suelo al suelo, y cayó con un sonido sordo. Poco después, cayó él también, siendo su lecho la hierba que se mecía en el monte. Las hojas mustias y muertas, y el matapalo que ya se pudría al sol no estaban solos.”
Claro. Era obvio que después de todo mi desagrado, el bendito campesino tenía que terminar muerto, y muerto por idiota.
Hago constar que muchos de los detallitos que parecen forzados en el texto están ahí por la obligación de “ser descriptivos”… Es por eso y nada más por eso que prácticamente todos los sustantivos llevan su correspondiente adjetivo, y éstos su adverbio, jaja…
Y me quedaron.
Tenía que terminar muerto.
Publicadas por Carla a la/s 8:59 a. m. Etiquetas: Pequeños Monstruitos, Recuerdos
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