La curiosa y variopinta fauna humana. Todo porque no se necesita ir demasiado lejos para encontrar la maravilla de lo que no es normal, porque no he encontrado nada que lo sea -salvo tal vez aquella muchacha que todos sabemos quién es, que me parece anormalmente común-.
Está la señora de los ochenta años, que se dedicó a la costura la mitad de la vida y a los negocios oscuros la otra mitad, que terminó haciéndose de una buena fortuna que todos los sobrinos se pelean. Soltera, sin hijos. Se pasa el día con unos anteojos gruesísimos en una oficina chiquitilla y oscura, atendiendo llamadas con teléfono de disco y prestando plata a los clientes que muerde el perro de la otra hermana solterona. Un día llega un cliente gordo y le regala un chocolate. Al día siguiente vuelve y le regala un jabón. Y así sucesivamente hasta que la encuentran jugando con los hijos del cliente que le dice "mamacita". Caos en la familia. Los sobrinos no saben qué hacer, porque toda la plata la tiene "el gordo".
Está el matemático enfisematoso, inmigrante, con recuerdos de glorias pasadas en su país, de sus camaradas. Pensionado, dedicado a dar clases en una academia guardada en una casa vieja. Idealista hasta el último pelo que ya no tiene, planeaba hacer que los jóvenes de hoy en día lograran querer la matemática. Y claro, ese "hoy en día" pasó hace unos cuantos lustros. Se resignó poco a poco, cuando lo llaman, pregunta: "¿Quiere aprender matemática o quiere pasar el examen?", y ya no sabe para qué, porque siempre sabe la respuesta.
Y como para todos hay en la viña del señor, está el que, aunque está bien de salud, está más muerto que el más desahuciado de todos. Nadie lo conoce, no conoce a nadie, camina solo y no le gusta, pero es muy gallito para aceptarlo. El amargado, el oscuro, el que se esconde detrás del ego para rellenar carencias... El exitoso aparente.
Tenemos, además, al ciego social, el que cree que todos están mejor que él, que sólo su vida es horriblemente miserable, que sigue engañado, además, con que tener plata podría contribuir en algo a su alegría. El que sigue creyendo que en el mar la vida es más sabrosa... El que sigue creyendo... No, momento, espero que no lo siga creyendo, pero el que osó creer que todo en mi vida era felicidad.
Ah, y delicatessen en el mundo de las farsas, la doméstica que se cree elegante, y que ha entrenado a su hija toda su vida para que se case con un médico. La pobre idiota robando, pidiendo prestado, para tener a la otra pobre idiota en una universidad privada en la que revientan cuatrimestre tras cuatrimestre en la carrera de nutrición (no pudo costear medicina).
El amante de los animales, que siempre lo van a encontrar hablándole a los perros, caminando con ellos, dándoles de comer su propia comida, diciéndoles "Cosita de Papacito"...
El actor drogadicto, el abogado promiscuo, la madre controladora, la madre libertina, el padre ausente, la barbie viviente, el despechado arrepentido, el tímido-fóbico, la lesbiana indiscreta, el gay orgulloso, el religioso empedernido, el saltimbanqui culto, el viajero sin remedio, y podría seguir para siempre, pero prefiero cerrar con broche de oro.
También existimos los otros, las otras farsas, también inclasificables, los que somos cada día algo distinto y cada día engañamos a alguien distinto aunque siempre a nosotros mismos. Los que pretendemos que todo está bien y así lo demostramos aún cuando nos estamos cayendo por dentro... Duele la descripción. Mejor la paro.
Cóctel de gente que nada más no acaba... Algo que tenía que hacer. Tedioso a la hora de leerlo, pero tenía que hacerlo.
Si alguien se sintió retratado por alguna de estas descripciones, sépase que se hizo con ese propósito. Sobre todo la de mi ciego social, al que con todo cariño le comunico que nunca se lo voy a perdonar.
Cosita de Papacito
Publicadas por Carla a la/s 9:17 a. m. Etiquetas: Bitter, Pequeños Monstruitos, Vida en General
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