Ningún piano suena por mí...

Siempre se pasea por los pasillos. Recoge cosas y las vuelve a poner inmediatamente en otro lugar. Es como si le resultaran incómodas, como si faltara algo. Se sienta y de pronto se levanta y se cambia de asiento, como si ninguna silla fuera lo bastante cómoda. Cuando llueve, se queda sencillamente de pie frente a la ventana como buscando algo que aunque quiere, no puede ver.

Cuando llega ella, todo cambia. Pasa horas frente al piano y las manos sencillamente se pasean por el teclado. Cierra los ojos y toca las piezas de memoria, una tras otra, y poniendo el alma en cada una. Recorre todo el repertorio, y lo llena de escalas cromáticas, de trinos, de glissandos...

Cuando está triste, las notas no se levantan del papel. Son planas y negras... redondas, blancas, corcheas... todo es lo mismo. Cada octava es como la anterior, pero más oscura... Todos los acordes son menores.

Pero cada vez que ella entra... se ilumina la partitura y se elevan armonías nuevas que van surgiendo bajo la mano izquierda, tecla a tecla...

Y yo, que sólo estoy sentada del otro lado de la pared, nada más no puedo evitar saber que ningún piano suena por mí.